Aquella noche, Hunter se sentía alegre en la fiesta,
irradiaba luz. Aunque no era adepto al baile, sentía la música pulsarle el cuerpo,
los sentidos estaban fotosensibles a la luminosidad de sus sentimientos. El
ayer dejó de existir vaticinando la entrada en un estado de suspensión
prolongada del que más adelante no deseaba salir. A Hunter, el tiempo dejó de
importarle y también lo dejó hablando como loco. Hunter ya había recibido antes
instrucciones esporádicas de baile, había leído sobre tipos de baile, se
adentraba mucho en la teoría, le daba más sustento que a la práctica.
Después de cenar, e iniciado el baile, miraba a muchas
mujeres hermosas necesitando de una pareja para ir al centro de la pista y
orbitar en ella, más no se animaba a invitar a alguna de ellas. Entonces,
Hunter fijó su mirada en una chica de vestido color guinda, tan largo como el
infinito, tan radiante como una sonrisa; hacía juego con su cristalina piel
blanca, ella no tenía pareja de baile, tampoco prestaba atención a la
existencia de Hunter, pero él no le quitaba la mirada de encima, su cabello
castaño cubriéndole la espalda y parte del vestido asemejaba el telón de un
teatro del cual el público espera ansioso la función. Las platicas en la mesa
de Hunter a veces lo distraían, luego, la seguía mirando por alguna extraña inercia
inexplicable, de pronto la veía levantarse y bailar un poco, más volvía a tomar
asiento, no se animaba a despertar la tormenta que en el interior su corazón le
bombeaba. Hunter dejó su dignidad y todo sentimiento de «no podré» sobre la
mesa. Mientras ella se encontraba de pie, él llegó y tomó su mano invitándola a
bailar, ella accedió. Entonces el tiempo desapareció definitivamente, Hunter
sintió la suavidad del terciopelo entre sus manos, mientras ella giraba sobre
el eje que Hunter le marcaba. En ese instante Hunter olvidó toda teoría
simplemente dejando todo a sus oídos, ellos le dictaban los movimientos
mientras una sonrisa muy esponsoreada había llegado a hospedarse en su rostro,
ella tenía una mirada fulminante, una trampa mortal hasta para el cazador más
experimentado, pero Hunter no era cazador, así que disfrutaba de esa mirada,
ella sonreía tenuemente mientras la luz recorría suavemente su fino rostro
afilado. Esa noche, Hunter había cumplido un sueño de corto plazo que se
alargaba. A Hunter se le quedó clavada aquella mirada que denotaba tristeza
pero a la vez un alma apasionada. La vida de Hunter no volvió a ser la misma.