Las ánimas llegan, tradicionalmente cada año por estas
fechas. Los hay quienes dicen haberles visto formadas en hileras surcando el
camino hacia los panteones cargadas con provisiones. Pan, mole y una buena cerveza.
El camino de regreso es áspero, no se cansan, no sienten, pero si añoran.
Fieles guerreras que alguna vez ocuparon una habitación de carne y hueso en un
hotel de paso llamado «vida», ellas no hacen camino al andar, no dejan huellas,
no lo ven necesario pues ellas saben cuándo van y cuándo regresan, no necesitan
indicarle a los vivos lo que no necesitan saber. Ya no tienen nada que temer,
no hay cansancio, la noche es larga y los búhos les miran pasar con serenidad.
Los caminos de cempasúchil crean una atmosfera amarilla y un oxigeno colorido
que les devuelve la vida por un instante. Al llegar, entre rezos, entre fotografías,
alegría, llanto y sollozos se forma una tormenta de sentimientos, precipitándose
en brisas fúnebres agradablemente
estruendosas. Entre caravanas se retiran, esperando volver el año siguiente con
varios de nosotros como compañía.