miércoles, 11 de enero de 2012

Simulacro

Entro al cuarto sin encender la luz, apenas se ve una resolana, con ella alcanzo a divisar la hora en ese pequeño reloj colgado sobre la puerta, ¡las tres!, y en la mente se construyen condominios enormes hechos de preguntas y afirmaciones. ¿Cómo paso tan rápido el tiempo?, ¿Va bien ese reloj?, ya es muy tarde y aún no he terminado, etc. Todas las ideas estaban transitando tranquilamente, hasta aquel instante en que la mirada se sincronizó con ese reloj y produjo una carambola en un segundo. Llegaron ambulancias, paramédicos y bomberos a auxiliar a esos planes que no se iban a cumplir, a rescatar esos trabajos pendiente que no sería terminados, se usaban pretextos inventados como camillas para trasladar aquellos planes a la agenda más cercana … mientras la debacle se efectuaba, un pensamiento vigía lanzó un grito con eco resonante: El reloj está detenido, y fue entonces cuando echaron  a andar la máquina del tiempo para retroceder un segundo antes, donde se generó el desastre. La pila se había agotado y las agujas de ese reloj se hicieron infértiles, no podrían fecundar agendas, ni educar a los minutos como sus hijos, ni abrazar a las horas como sus princesas. Cambié la pila y todo volvió a la normalidad.

domingo, 1 de enero de 2012

El espejo de noventa años

El abuelo de la familia está hecho un viejo roble, al bajar con dificultad por las escaleras, no es él quien viene sosteniendo el bastón, es el orgullo mismo dando pasos con esfuerzo de sobremanera, rechaza toda mano amigable rondando su cuerpo en son de ayudar. «Yo puedo sólo» y no es necesario que lo pronuncie, basta con mirarlo a los ojos.
Le acomodan la silla, se deja caer sobre ella y la unión asemeja a un centauro totalmente rígido, de pronto su carácter es poseído por un general de sus tiempos revolucionarios de los cuales conserva las fotos amarillentas que hablan por sí mismas. Comienza a dar órdenes, todos le saludan, a pesar de que su memoria ha ido pagando facturas con altos intereses aún recuerda algunos rostros, escaneando poco a poco en rededor volteó hacía mí.
Esbozo una sonrisa elástica poco a poco y, a la par, él corresponde también convirtiéndonos así en el reflejo respectivo de cada quien. Me sentí entonces como aquel anciano de noventa y tantos años a la vez que él rejuveneció en mí. Me reflejé en un espejo de noventa años, pudiendo ver así cómo a él lo esculpieron en piedra y a mí en madera. Por un instante tuve noventa años de los cuales no aguanté, más que unos cuantos segundos, a cargar tanto sufrimiento contenido en una gran sonrisa.