Me dispongo a dormir y antes que todo, antes de ponerme el
pijama, me quito todas las responsabilidades, las cuelgo a un lado del guardarropa
para que no se arruguen. De los pies me quito todo el peso de los pasos mal
dados y de los pasos que no di. Luego me quito los abrazos que no di, por
cierto cada día pesan más, y los guardo en el primer lugar que se me ocurra. Me
quito mis otros yo que cada día son más. Me froto las manos como queriendo
encender una fogata presionando un leño
contra otro, pero el único fuego que llega es el de mis ojos que se iluminan
una y otra vez cuando te recuerdo y te imagino del otro lado de la cama que aún
está disponible. Miro el reloj varias veces antes de recostarme para calcular
el ‘tiempo que dormiré´ y calculando aproximadamente las ovejas que contaré,
los giros sobre mi propio eje que daré sobre la cama, las patadas de futbolista
en tiro libre directo que daré involuntariamente, los jalones de cobija que aún
no he contado pero sé que está vigentes. Me recuesto al fin, apenas cierro los
ojos, apenas y parpadeo cuando vuelvo a abrir los ojos y tan rápido han pasado
cinco horas, el sueño se va, no sé a dónde va tan temprano, tal vez se va a
buscarte para darte los buenos días de mi parte.