lunes, 16 de abril de 2012

El invitado

Miguel, un chico introvertido, invitó a cenar a Nayeli, que en un futuro sería su esposa, si todo marchaba según lo planeado. Esa tarde-noche fue el punto de inflexión nunca esperado, frente al restaurante donde se habían citado, rondaba un tipo con aspecto desagradable y clamaba por un poco de alimento. Una vez frente a la pareja, aquel sujeto clamó no solo alimento, sino un poco de compañía, incomodados pero abnegados, Miguel y Nayeli accedieron a ser acompañados por él en su mesa. Tal sujeto alegaba —no seré una carga para su cita— lo cual no fue del todo cierto. La pareja comenzó a dialogar como de costumbre, de pronto surgieron preguntas sobre su futuro juntos, de manera abrupta, el sujeto invitado contestaba cada pregunta sin consultar a la pareja, esto incomodó a Miguel e intentó correr a ese hombre harapiento, Nayeli se opuso. Luego, de alguna manera el invitado concordaba con las ideas de Miguel, ahora Nayeli lo quería fuera de su mesa, pero Miguel se negó. Ese sujeto inesperado llenó de cólera e incertidumbre el corazón de la pareja que minutos antes, habían trazado una línea horizontal, y ahora poco a poco se desvanecía, lanzando el amor que quedaba, como arena al viento. Miguel y Nayeli, enfurecidos, salieron del restaurante sin pagar, salieron cegados, poseídos por no sé qué.
Cuando el mesero se acercó al tipo aquél, vio un Rolex en su muñeca, se quitó los harapos de encima y resultó un tipo con clase, pagó la cuenta y dio buena propina incluso al chef. El mesero preguntó —¿cuál es su nombre, señor?— a lo que contestó —Silencio, mi estimado amigo, me llamo silencio—
Todo esto lo narró el dueño del restaurante de la calle bugambilias, ubicado en el parque central. El tipo aquel tal vez solo tenía hambre de compañía.

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