martes, 17 de julio de 2012

Después de la granizada


Taurino era el menor de todas sus hermanas; por consiguiente: el único varón, después que su padre, muy estricto por cierto, expresara a su madre con voz amenazadora el deseo de tener un varón y si su deseo no era cumplido, ella recibiría tormento desmedido. La pobre señora desconsolada rezó a todos los santos habidos y por haber que la criatura residente en su vientre fuera un varón. Fue un milagro anunciado, el buen Taurino había nacido sano y salvo y listo para adquirir todos los conocimientos así como carácter áspero de su padre. Una tarde, Taurino ya con pelo encanecido y una vida recorrida equiparable a la de diez personas; se sentó frente a la ventana de su casa notando en el viento un aviso de lluvia torrencial complementado con abundantes nubes de tono grisáceo acercándose a negruzco. Las primeras gotas comenzaron a caer estallando en el suelo, recordándole su vida, las primeras aventuras en su pequeño pueblo donde una vez fue presidente, cada gota era un paso dado. Si sumara los pasos caminados a lo largo de su vida, tal vez hubieran sido suficientes para dar varias vueltas al mundo, cada gota también representada sus amoríos los cuales fueron bastos pero también lo fueron las decepciones. De repente sucedió lo inesperado, la lluvia se encontraba en su máximo esplendor cuando el granizo hizo su presencia, bolitas de hielo golpeaban el cristal de la ventana y le recordaron los golpes de la vida que arden dejando huellas socavadas en lo profundo de la piel. Ahí estaba Taurino frente a la ventana viendo pasar el tiempo contando los segundos en gotas de lluvia mientras su escudo de cristal le protegía de esas partículas de hielo que le acechaban. Justamente esa tarde, Taurino había decidido marcharse pues quería conocer un lugar nuevo del que su esposa le había hablado hace tiempo y ni el granizo le impediría romper la puntualidad de tomar su tren dirigido por un maquinista de manos frías y mirada oscura. Cuando el granizo caía pudo ver cómo se deshojaban los ciruelos, los limoneros y los rosales haciéndole una alfombra naturalmente colorida esperando ansiosa a ser pisada por un rey. Taurino se marchó esa tarde, después de la granizada, después de resignarse a dejar atrás todo y comenzar de nuevo.

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