La gota de lluvia tiene miedo de ser lanzada al vacío donde
detonará en infinidad de fragmentos que dejaran de ser parte de un todo. Así es
el miedo, se retuerce en una especie de agonía escalofriante delatora de
ansiedad. La gota ve a sus hermanas gotas de agua cómo marchan y se precipitan
a su destino; deben llegar al suelo mientras allá arriba, en la nube, a miles de
pies de altura se enfrenta al instinto de supervivencia. Está acorralada, no
entiende porqué tiene que hacerlo, —nadie debería obligarme—pensaba, sin
embargo sus hermanas gotas de agua la miraban con repulsión. Los relámpagos son
una especie de bengalas usadas como señales de lanzamiento en medio de las
nubes, se acerca la hora, pronto será lanzado el regimiento al cual pertenece.
Es hora, la señal se ha dado y las primeras filas comienzan a lanzarse, muchas
gotas se congelan al intentar atravesar una gélida barrera invisible, otras se
desintegran en el intento de llegar al suelo, la suerte está echada como moneda
al aire en busca de una suerte que se fue de vacaciones indefinidas. Decidida, se
coloca a la orilla de la nube y se lanza.
[...]
[...]
La rescaté de una destrucción inminente, cayó en la palma de
mi mano.
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