lunes, 17 de diciembre de 2012

Belleza teñida de guinda



Aquella noche, Hunter se sentía alegre en la fiesta, irradiaba luz. Aunque no era adepto al baile, sentía la música pulsarle el cuerpo, los sentidos estaban fotosensibles a la luminosidad de sus sentimientos. El ayer dejó de existir vaticinando la entrada en un estado de suspensión prolongada del que más adelante no deseaba salir. A Hunter, el tiempo dejó de importarle y también lo dejó hablando como loco. Hunter ya había recibido antes instrucciones esporádicas de baile, había leído sobre tipos de baile, se adentraba mucho en la teoría, le daba más sustento que a la práctica.

Después de cenar, e iniciado el baile, miraba a muchas mujeres hermosas necesitando de una pareja para ir al centro de la pista y orbitar en ella, más no se animaba a invitar a alguna de ellas. Entonces, Hunter fijó su mirada en una chica de vestido color guinda, tan largo como el infinito, tan radiante como una sonrisa; hacía juego con su cristalina piel blanca, ella no tenía pareja de baile, tampoco prestaba atención a la existencia de Hunter, pero él no le quitaba la mirada de encima, su cabello castaño cubriéndole la espalda y parte del vestido asemejaba el telón de un teatro del cual el público espera ansioso la función. Las platicas en la mesa de Hunter a veces lo distraían, luego, la seguía mirando por alguna extraña inercia inexplicable, de pronto la veía levantarse y bailar un poco, más volvía a tomar asiento, no se animaba a despertar la tormenta que en el interior su corazón le bombeaba. Hunter dejó su dignidad y todo sentimiento de «no podré» sobre la mesa. Mientras ella se encontraba de pie, él llegó y tomó su mano invitándola a bailar, ella accedió. Entonces el tiempo desapareció definitivamente, Hunter sintió la suavidad del terciopelo entre sus manos, mientras ella giraba sobre el eje que Hunter le marcaba. En ese instante Hunter olvidó toda teoría simplemente dejando todo a sus oídos, ellos le dictaban los movimientos mientras una sonrisa muy esponsoreada había llegado a hospedarse en su rostro, ella tenía una mirada fulminante, una trampa mortal hasta para el cazador más experimentado, pero Hunter no era cazador, así que disfrutaba de esa mirada, ella sonreía tenuemente mientras la luz recorría suavemente su fino rostro afilado. Esa noche, Hunter había cumplido un sueño de corto plazo que se alargaba. A Hunter se le quedó clavada aquella mirada que denotaba tristeza pero a la vez un alma apasionada. La vida de Hunter no volvió a ser la misma.

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