Hunter sintió la ausencia de su hermano, cuando éste se fue
de la casa con su nueva acompañante, futura esposa. Pareciera que el tiempo no
pasaba, Hunter compartía la habitación con su hermano, las pláticas se
antojaban amenas, sobre todo al calor de la oscuridad, porque así se notaba
menos todo sentimiento de vergüenza al no mirarse directamente los ademanes y
reacciones gesticulares del uno hacia el otro. Hunter llegó a la habitación y
primeramente, notó la ausencia de una cama, un agüero negro se había abierto en
el centro de su habitación, uno en donde los recuerdos eran absorbidos o tal
vez no, tal vez eran expulsados con tanta fuerza que retumbaban en su sus ojos,
en sus oídos, en cada membrana y célula no sólo de él, sino de sus ancestros.
El guardarropa tenía cajones libres, un espacio difícil de llenar, hablando en
sentido sentimental, aunque se llenaran otra vez con las camisas de Hunter,
seguirían vacíos. Pues se notaba que fueron hechos para el hermano de Hunter y
para ningún otro propósito. Se ha ido, se lamentaba, echándose la culpa de algo
que no alberga culpa. Se marchó sin consultarme antes, blasfemaba Hunter. Como
si se hubiese roto algo irrompible. Inmediatamente reacomodó todos los muebles.
El daño está hecho, sírvase quien guste que yo no me quedo a cenar, se dijo
fuertemente mientras se recostaba tratando de conciliar el sueño junto a la
soledad, su nueva hermana.
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