Ya no sé mi nombre de memoria, recuerdo haberlo dejado ahí,
sobre ese baúl apolillado y polvoriento junto a la cama, escrito con tinta
china. Desapareció sin dejar rastro, pienso que fue mi culpa, cuando dejé la ventana
abierta en una tarde de tormenta, tal vez me arrepienta por perderlo, tal vez
no. Sin duda muchos ya tenían ese nombre si no mal recuerdo, eso me quitaba
originalidad, y no estaba bien si «quería ser diferente a los demás», supuse.
El nombre, la sombra, entre otros accesorios venían sellados en el mismo
paquete como sucede con un electrodoméstico nuevo, poco a poco se van perdiendo
las piezas originales. Ahora puedo llamarme como sea o mejor aún, quedarme sin
nombre, ciertamente es una falsa ilusión porque el convencionalismo de la
sociedad es llamar a las cosas por su nombre, ¿Qué más da?, alguien ya
encontrará la forma de sustituir mi viejo nombre con otro. O llamarme de alguna
manera.
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